Duelo

Con mis cejas elevadas y desde el otro extremo de la barra, le vi entrar acompañándola.
-¡¡Válame dios, si es alto el espadachín malvado!!, me dije a la vez que agarraba mi espada rabiosamente tensionándome y mordiéndome los dientes bajo mi falsa sonrisa dibujada.
Cada paso que daba al acercarse hacía retumbar las paredes de aquel tugurio ruidoso lleno de alcohol, humos y conversaciones no tan secretas. Al menos retumbaban las de mi cabeza pues el resto de clientela no sentía la presencia de aquel gigantón descomunal que desprestigiaba la belleza que le acompañaba y que no era otra que mi dulce amor y sus grandes y brillantes ojos, siempre deslumbrantes ante los míos.
Bastó media hora de su ingrata compañía, una cerveza y un licor más fuerte para sedarme mentalmente envalentonándome para retarle a un duelo en pleno establo con la excusa de ser contrario a sus impertinentes conversaciones. La intención final no era otra que alejar de mi vista su media estampa, que otra no tenía, evitar que me hirviese más la sangre y que me ardiese el alma en vida por tan desproporcionada escena.
¡Poderoso cretino!, ¡no te la mereces por más altanero que parezcas!, pensé al despedirse. ¡Sal por la puerta que será mejor para la poca reputación que tendrás ganada a fuerza de estatura que no por bondadoso!; los ojos siempre delatan a uno por más que vengan disfrazados de galanes caballeros. ¡Buena elección la tuya!. Espero no cruzarme contigo jamás…
¡Adiós amor!. Aquí abandono mi otra lucha, la que bate mi corazón y mi pensamiento al anunciarte cada mañana cuando me levanto… Alta vida para ti ahora y siempre, que no puedo por más que quiera dejar de desearte felicidad, aunque sé que nunca alcanzarás la que hubieses poseído a mi lado, pues yo te lo hubiese dado... todo.