La belleza del destino

La había visto varias veces rondando por el trabajo pero ella era de una empresa externa. El último día de su estancia coincidimos en la salida. Yo frené el paso tras adelantar a su grupo y al separarse de él nuestro cruce ya no fue casual. Conseguí preguntarle algunas cosas, hasta que tomó el semáforo para coger su coche, cien metros más allá, al otro lado de la carretera. Solo son dos mis caminos posibles y a diez metros de distancia ya me dí cuenta de mi torpeza. Reflexioné entonces sobre ese hilo invisible que juzga cada instante, de ese destino caprichoso, juguetón e inesperado que hace de esta vida la peor de las tristezas o la mejor de las maravillas.